Comencé este lunes 31 de marzo con un sabor agridulce. Pensaba que iba a tener el horario que me corresponde, pero ayer la jefa me pidió si podía venir en turno de tarde (de 18 a 22) para cerrar. Acepté; la verdad es que no me importa demasiado, pero sí me gustaría ir acostumbrándome ya a la jornada que me habían prometido.
Nunca en la vida me había puesto tan rojo. No sabía dónde meterme. Por suerte, cuando le expliqué que era una frase que dijo un cliente el sábado pasado y que estaba anotando ideas para un diario, se echó a reír y lo dejó pasar. Menos mal.
—Comprar camisetas—
Hoy estuve más nervioso que la semana pasada. Tuve que demostrar lo aprendido frente a mi jefa. Obviamente, los tres primeros cafés me salieron fatal (porque estaba ella delante, claro; si no, me habrían salido perfectos). Todavía oigo su "seguimos en las mismas" después de que echara demasiada leche al tercero. Por suerte, a partir del cuarto, todo fue bien. Si no, habría perdido la cabeza ahí mismo. Aprender con ella al lado me cuesta: me pongo tenso sin motivo. Y eso que, quitando ese comentario pasivo-agresivo, es una persona amable y con bastante paciencia.
Una vez, mi amigo David me dijo que me ponía demasiada presión a mí mismo. En su momento no lo entendí del todo, pero creo que se refería a esto. Las personas no tienen que demostrarle nada a nadie sobre algo que no saben hacer, bueno, salvo yo. Antes de probar, tengo que analizar, visualizar, interiorizar… para que salga bien a la primera. Si no, siento que he fracasado. Es difícil quitarse esa cruz. Por suerte, las diez señoras de setenta años que me han llamado "guapo" hoy compensaron bastante la angustia. Para mí, eso ya es una victoria.
Ha sido un buen día, aunque más largo de lo que me gustaría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario