Comienzo este diario dos días después de empezar en el nuevo bar, un sábado 29 de marzo.
Tras varios meses sin trabajar, fuera de la estabilidad económica más allá de la que me aportaban mis padres, quería volver a ganarme la vida por mí mismo. Es un poco triste, dado que mis padres nunca me pidieron que lo hiciera y podría haber seguido estudiando las oposiciones, pero yo no soy así. Aunque, a veces, me gustaría serlo.
Los primeros días, como siempre, estaba muy tenso. La jefa me explicaba cosas que ya sabía y otras que no, pero ambas de una forma muy intensa que a mí me saturaban: "los clientes te van a tratar mal, las chicas de oro (unas clientas habituales) son muy exigentes, el café se hace con espuma, no con crema, las tostadas con dos de mantequilla y una de mermelada, los churros se calientan...". Yo asentí a todo lo que decía e intenté dejar claro que la mayoría de cosas no solo las sabía, sino que las tenía muy interiorizadas, pero ella no me hacía mucho caso. La verdad es que la entiendo; al final, yo venía de otro bar y, conmigo, venían mis manías y las de mis compañeros.
Haber trabajado los últimos dos años en el bar de mi padre tuvo sus ventajas y sus desventajas, pero me choca tener una jefa con tanta autoridad, aunque me he acostumbrado rápido. Mi padre, obviamente, tenía autoridad sobre mí, y cuando se ponía serio siempre le hacía caso, pero en ocasiones le contestaba y le hablaba mal, muchas veces sin ningún motivo, solamente por el hecho de ser mi padre. Había momentos en los que me arrepentía por haberlo hecho, y en otros momentos me justificaba a mí mismo (aunque no había justificación).
Este sábado me tocó trabajar de mañana con mi compañera, a la que voy a sustituir, y de tarde con un chico. Mi compañera me enseñó lo básico del turno de 12 a 16: limpiar el suelo, barrer y fregar por dentro de la barra, limpiar la exprimidora, la vitrina de la bollería y el cristal de detrás de la máquina de café, y además, hoy que es sábado, hay que darle un repaso a todas las repisas de dentro de la barra. Mi primera impresión fue que era un poco aburrido, pero, pensándolo bien, me voy a mantener entretenido todos los días, aun cuando no haya gente. Seguro que no está tan mal.
Trabajar por las mañanas es más intenso, pero a mí me gusta más. Vinieron unos andaluces y pidieron 3 sándwiches y 16 churros. Los churros normalmente se calientan, pero como acababan de llegar por la mañana, se los pusimos sin calentar. Quitando esa mesa, fue una mañana tranquila, perfecta para aprender.
Por la tarde fue bastante bonito. Conocí a mi compañero, un chico majísimo. Cuando lo vi con mullet y hablando gallego, ya sabía que nos íbamos a caer genial, pero cuando llegó mi amigo Xosé y no fui yo el primero en saludarle, sino que fue mi compañero, para mí fue un momento mágico. Al parecer, él y Xosé jugaron juntos en el equipo de fútbol y, además, es primo de mi amigo Moncho. Santiago de Compostela es un pueblo.
Antes de eso, había venido Peti, mi pareja, a darme la hucha para dejar las propinas, una cosa chulísima. Antes habíamos ido al polígono, pero no encontramos ninguna que me gustase. Durante la búsqueda fue cuando se me ocurrió la idea de abrir un blog, compré una libretita y ahora apunto las cosas en las que pienso.
Me encanta que venga Peti a verme al bar. Cuando termino de atender mesas y tengo un ratito libre, me acerco a darle un besito. Si estoy agobiado, solo con mirarla me da fuerzas para seguir trabajando.
En una de esas ocasiones en las que le di un beso, un alemán me vio y me dijo:
—I want one too —mientras hacía morritos con los labios.
Yo casi me muero de la risa. Pensaba que eso iba a ser lo más raro que me pasaría ese día (bastante light), pero, de repente, llegó un señor muy borracho. Se acercó a la barra, me pidió una caña y tuvimos una conversación muy curiosa:
Él: Ponme una caña. (Y empezó a decir algo ininteligible debido a que iba muy borracho.)
Yo: No sé lo que dices, amigo.
Él: Yo tampoco.
Yo: Bueno, ¿quieres unas aceitunas?
Él: No lo sé.
Yo: Bueno, aquí las tienes.
Él: (Ríéndose) Hoy me voy de putas, pero de cabeza. No sé quién soy. La muerte nos iguala.
Estas últimas frases fueron lo único que entendí de todo lo que me dijo, pero no paró de hablar en quince minutos.
Cuando parecía que la cosa no podía empeorar, llegó otro señor, también bastante borracho. Mi amigo Xosé me dijo algo que me pareció muy acertado: había una diferencia sustancial entre ambos. El primer señor, al menos, sabía que se había pasado con el alcohol; el segundo no.
Este segundo tipo empezó a explicarle al primero por qué era una gilipollez irse hoy de putas estando así de borracho, y empezaron a discutir hasta casi llegar a las manos. Yo, la verdad, no daba crédito. Había llegado un punto en el que, más que gracia, me daba angustia pensar que esta era una situación real para dos personas.
Pero bueno, nada mal para ser mi primera semana de trabajo.
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