Tras unos días trabajando, es la primera vez que me quedo solo en el bar. La jefa me había dicho que tardaría mucho más en empezar a trabajar sin ella, por lo que me ha llenado de satisfacción que confiase en mí tan rápido. Con el tiempo me estoy dando cuenta de que las cosas se me dan mejor de lo que pienso inicialmente. Y a pesar de ello, me sigue costando confiar en mi mismo.
Llevo unas semanas bastante contento y esto me ha alegrado aún más. La verdad es que se podría decir que soy una persona muy feliz desde hace ya mucho tiempo. Me lo llegas a decir hace 5 años y la verdad es que no me lo hubiese creído. Estoy muy orgulloso.
Trabajar solo me gusta mucho más que trabajar acompañado. Aunque, quizás el problema eran las personas que han trabajado conmigo y no el trabajo cooperativo en sí.
Mi antiguo compañero era lo más similar a una montaña rusa que he visto en la vida. Había días que no te hablaba, otros en los que era muy agradable, y otros en los que simplemente estaba. La única constante en su persona era que, en dos años trabajando con él, seis días por semana, 52 semanas al año, no me dio ni un solo refuerzo positivo.
Bueno, miento.
Sus refuerzos positivos eran criticando a otros trabajadores. Aún recuerdo cuando un cliente le dijo:
—Qué bien trabaja el chico por fuera de la barra, ¿no?
Y él respondió:
—Pf, mellor que a outra —refiriéndose a una compañera, con una voz de desprecio que asustaba.
Esas palabras, lejos de ofenderme, me sentaron muy bien. Pensándolo ahora, resulta bastante triste, pero cada uno se tiene que aferrar a lo que tiene, y eso fue lo único que tuve.
Y, a pesar de todo esto, sigo teniéndole cariño. Realmente él me enseñó a trabajar y tuvo mucha paciencia conmigo, seguramente por ser un hombre, todo sea dicho.
Notas:
Chicas de oro
Fuera
-
Leche 1,70 € (pequeño)
-
Doble
Trabajando detrás de la barra te das cuenta de que todo puede llevar a una historia diferente.
Una señora llegó y me preguntó cuánto valía el café.
—1,60, señora —respondo.
Ella me da 1,50 y me dice:
—Déjalo así.
A lo que yo la corrijo y le cuento que me había dado de menos. Ella se ríe, me da lo que falta (dejándome 20 céntimos de propina) y me dice que esta situación le recordó a su madre. Me contó que ellas siempre iban juntas a las rebajas y su madre se confundía el porcentaje de descuento con el precio de las cosas. Un día, empezó a gritarle porque había visto un colgante muy caro a 10 euros y tenían que llevárselo rápido. Me dio muchísima ternura.
Más tarde llegó un señor a pedirme un Barceló cola (a las dos de la tarde). Yo se lo iba a servir en copa de balón, pero cuando estaba preparando el hielo, me dice:
—Disculpa, ¿puedes ponérmelo en copa de sidra? Así la gente no sabe si estoy bebiendo un cubata o una Coca-Cola.
Yo accedí sin problema, de hecho me pareció bastante gracioso, pero tras unos segundos me quedó una sensación extraña, casi de cómplice.
Muchas veces tengo encrucijadas morales que no me llevan a ninguna parte: ¿Debería servirle alcohol a este señor? ¿Mentirá a su familia sobre lo que bebió? ¿Irá a conducir después de beber?
Al final nunca llego a una respuesta que me agrade, pero que aburrido sería mi vida si no le diese 2 o 3 (o 4 o 5 o 6...) vueltas a todo lo que ocurre a mi alrededor.
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